Vísperas...


Diciembre, 1994

Día 18 (domingo)

La mañana despertaba con el frío del invierno acumulado y se pegaba al cristal de las ventanas de la casa. El aire que bajaba del norte aturdía las tierras del campo y encogía las carnes hombre. La escarcha de la calle invitaba a seguir acostado.

Lejos –más lejos en invierno- me esperaban la gente olvidada de los pueblos pequeños, ¿cómo si para Dios sólo contase el número? Para celebrar juntos la Santa Misa. Era gente mayor, con una fe y con una tradición religiosa a machamartillo. Ya podían caer rayos y centellas que ellos no dejarían de ir a misa. La misa para ellos, era algo sagrada. Desperecé mi cuerpo, tomé el café y bajé la escalera zumbando. En la calle, metido en el coche, me esperaba mi amigo incondicional, Mané. Subí al coche y salimos con dirección a Robledillo de Gata, el último pueblo de la Alta Extremadura, donde tiene su fontana, su manadero y drenaje el río Árrago.

Al llegar, ya esperaba el personal, cobijado bajo el pórtico que circunda la iglesia, y abrigado hasta las orejas para no morir de frío. Saludamos a la buena gente y alguien, levantó la voz, dijo: “Pacífico, hoy puedes evitar el sermón. Con tu venida en un tiempo tan frío y con agua, ya has dado ejemplo de vida evangélica. Así es como se entiende la palabra de Jesús”. ¡Qué sabiduría la de aquel sencillo paisano! Jesús lo había confirmado a sus discípulos cuando, en un día de cansancio, huyó al otro lado del lago para poder descansar. Los que habían ido andando lo esperaban. Entonces, Jesús, dijo a los que le habían llevado: “Olvidad el cansancio y atendamos a esta gente”.




Un virus...



No niego que se pueda nacer con virus, pero en mi caso, toda mi labor no creo que se deba a la fuerza de los genes heredados, ni a un capricho, ni a no tener en qué emplear mejor el tiempo. Puedo decir sin engañar ni engañarme, que llegué a la vida desnudo tanto de cualidades físicas, como intelectuales. Me decían mis hermanos que, en casa, nadie apostaba por mí un ochavo. Creo que la principal razón para irme con los frailes, no fue mi capacidad intelectual, que no la encontraban por parte alguna, sino el hecho de no soportar la vida del campo.

Cuando los primeros pasos se dan con genio, los demás los da la misma naturaleza. Ella se encarga de abrirse camino para la vida. Porque más discurre un hambriento que cien letrados. Lo mío se debe a haberme dado cuenta a tiempo de mi falta de cualidades. Metido en una forma de vida que, a la vez que me alucinaba, me hacía creer que le podía sacar partida, me ayudó a seguir adelante. Porque en la vida “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.

El comportamiento...


No puedo decir que mi comportamiento se deba a la fe en mi fuerza, ni intelectualmente, ni físicamente. En las dos facetas he sido débil. Para arriesgarse en la vida no hace falta ser un superhombre. Basta con no estar conforme con lo que hacen los demás.
Tengo entendido que mi padre heredó de sus antepasados un carácter impulsivo a la vez que bondadoso y justo. No era un hombre sabio, ni corpulento; le faltaron los estudios y el alimento corporal. Era un manojo de nervios, un avispero de fuerza y genio; no lo amilanaba lo adverso, ni le hizo nunca llorar. Posiblemente, algo de esto haya heredado de él. Con relación a la fe en Dios. Mi padre, el que parecía, en ciertos momentos crueles de su vida, que se iba a comer al mismísimo Dios. A la hora de la verdad era sencillo como una paloma y de una fe inquebrantable, como lo evidencia la anécdota que le voy a contar: Se moría de una embolia mi padre. Tuve que viajar y llegué cuando se encontraba en las últimas. Me reconoció y me dijo: Francisco –para él siempre fui Francisco, como su padre- no dejes de creer en Dios. Esta recomendación la tenía guardada para su hijo el sacerdote a quien en su primera misa besó sus manos con manifiesta emoción. Quizá por esto, mi fe sea la culpable de mi aparente rebeldía y de mi inconformismo. Sé que los de fuera se ponen más nerviosos y hacen más problema de los asuntos ajenos que con el destino propio. He soportado mucha carga tocante a mi trabajo durante mucho tiempo. Pero nunca me ha achicado el peso. He apartado los escombros y he resurgido de nuevo. Como decía Julián Schnabel “soy como un rinoceronte con los pájaros que se posan en su lomo; me molestan, pero no me preocupan.” Flaco beneficio me ha hecho más de uno al llevarme la contraria: Más que hundirme me han crecido.



Campamentos...


Poner en marcha un campamento no es fácil. Aparte de lo puramente estructural, del papeleo, de contar con un número suficiente de acampados, de tener que adiestrar a jóvenes que, a primera vista, aparenten ser unos acampados más, y al mismo tiempo se impongan y den formalidad a la actividad en cuestión. Al margen de todo esto, existen otros campos que, si no por su materialidad o por su volumen de coste, tienen importancia por su implicación en el espíritu y en la formación humana de los acampados. Estos es lo que dibuja con realismo el tan escabroso y duro panorama o paisaje de esperanza, imperceptible a todos los que allí conviven.

Hay comportamientos contrarios a la obra, que al final –está demostrado- son los que dan madurez y garantía de éxito de tejas arriba y de tejas abajo. Pongo por ejemplo, que los tuyos, los de tu casa, no miren con buenos ojos el trabajo que estás haciendo. O que en vez de ayudarte pongan dificultades. Aunque, en parte les entiendo. No se me escapa el riego y la aventura en la que, de la noche a la mañana, me había metido: Trabajar al aire libre con un número, a veces hasta de 400 chavales y chavalas juntos; a la vera de un pantano; sin instalaciones fijas; con sólo el cielo estrellado como toldo. Es para estar preocupados; porque, ante cualquier fracaso, el colegio San Antonio, se vería implicado en él.

Otro punto, no menos inquietante, era comprobar en cada amanecer que cada acampado se despertaba con la sonrisa en los labios. Era la mejor señal de que habían descansado en la noche.

Otro punto, -éste garantía de los comportamientos que a lo largo del día ibas a encontrar- era formar una familia con 400 acampados de 10 a 20 años. Para ello, todos tienen que asumir ser jefes a la medida de su capacidad y edad, todos mandos, y todos acampados. Donde los mayores cuiden y velen por los más pequeños y, a su vez, éstos sean freno a las exigencias naturales de los son mayores. Sin apenas darse cuentan se ayudan mutuamente.

Un corazón


Yo tengo un corazón humano como lo tiene usted. El corazón, se quiera o no, es sensible a la necesidad de los otros. Sólo cuando se le arropa con el egoísmo o la ambición, el corazón, pierde su por qué y para qué, como es sentir el latido de los demás seres.



Hace dos años...



Día 4 (miércoles de semana santa)
Un día moriré,
lo tengo ya muy próximo y cercano.
A Dios le pediré
me tome de la mano,
ya que de todo es dueño y soberano.
Asísteme en la hora
de tener que dejar ya mi parcela;
hazla liberadora;
apaga tu la vela,
que un día la encendiste cual candela.
Haz que goce la gloria
que atisbo junto a ti, que eres el cielo;
y alcance la victoria
que, siempre, fue mi anhelo
mientras pisé con los demás el suelo.

COMUNICADO A LA AFA:


Con ocasión de la Pascua 2007.
A los cercanos al dolor de Cristo:
Los que sufren por cualquier desgracia.
A los que han preferido ir a Descargamaría
dejando a otros la playa;
a los que no bajáis la guardia para que no caiga el espíritu;
a los coherentes con sus creencias.

Sentado en mi silla de ruedas; sosteniendo con mis manos el cáliz amargo de la pasión. En él recojo las lágrimas que me hacen derramar mis contrariedades. Para que la silla que me aparta, corporalmente, de vosotros, yo pueda celebrar mi muerte y resurrección.

Tengo pataleos en mi interior al creer que me cuido demasiado; porque la vida me fue dada para servir y no para que me sirvan. Ya me lo advirtieron sin remilgos vuestros compañeros del 60. Cuando yo me negaba a ir con ellos a enseñar la doctrina de Cristo a los niños de Aldea Moret (hacía mucho frío y yo tenía úlcera en el estómago) Ellos me decían: Si Jesús hubiese hecho lo mismo con usted, no se hubiese podido salvar. Ame a los otros como se ama a si mismo.

Ahora vosotros me decís: Te debes cuidar y dejar que te cuiden. Tu ausencia, en este lugar, demostrará si has dejado o no en nosotros, tu huella al pasar. Esta prueba ha de ser por mi parte si me mereció la pena haber trabajado con tanto ahínco: Para los que empiezan con la obra, es su oportunidad; para los que la continúan, su camino; para los que la terminan, su laurel.


Como el Loco de la Colina,
aunque disminuido en fuerzas,
aún tengo coraje para escribiros.




Estampas de un pasado antoniano...






















Nada que hacer…

No me queda nada que hacer en esta vida. Cumplidos los 70 años, y con una aguda esclerosis mental encima ya no tango nada que hacer. Y lo acepto con cierta sonrisa irónica en los labios que oculta mis gustos y preferencias. Porque me hubiese gustado y preferido haber hecho más cosas, y hubiese preferido cambiar algo de lo de que hice:
a) Saludar con más entusiasmo cada mañana al sol.
b) Abrir las ventanas de mi celda al despertar, y respirar el aire puro del alba.
c) Darle la mano a Dios, y amarle en cada una de sus criaturas.
d) Y jugar, sólo jugar, con todo lo que tengo al lado.

Morirse con la sensación de haber dejado tantas cosas en el olvido; morir llorando de pena por ello, no es virtuoso ni recomendable. Así que quiero morir creyendo que mi vida está hecha de retazos de tela, a mi medida, que acepto.

Al final de mi vida me he puesto a escribir, sencillamente porque no sé hacer otra cosa de más provecho para mí. ¿Ha oído hablar de aquellos monjes que se retiraban a la soledad más sorda, y que para llenar de trabajo las horas hacían grandes esteras y las deshacían una vez terminadas? No les preguntes el por qué de esa forma de actuar tan inusual y extraña. Posiblemente estos sabían que el ocio es el veneno para el hombre, y del veneno hay que librarse. ¿Cómo? Trabajando. ¿Crematísticamente? Comprenderás que para eso no se hubiesen apartado de los negocios de esta vida. Pero encontrado, en ese paraje escondido, el filón de oro, por no perderlo abandonarían todas sus posesiones terrenales.

Respetando las distancias, algo parecido me sucede a mí con la escritura: No lo hago en plan negocio, - me arruinaría - sino para llenar las horas de cada día, y poder ser un poco más feliz.

Los cambios.


Tengo mis respetos a los cambios. Espero que el estado precario de mi salud, me ayude a aceptar las diferencias. Sin duda lo superaré con dignidad y elegancia. No podemos olvidar que es la edad del reencuentro. Así me vi en mis versos:

Con ansia de asirte,
de verte en el pasado todo entero;
en mis brazos dormirte,
como fiel jornalero
y de resucitarme.
Como un enamorado
espero en tu ventana ensimismado.

Alondra de la tarde
que buscas afanosa tu cobijo.
El alma en ansias arde,
y desecha el alijo,
para llenar de sol a tu escondrijo.

No me seas esquiva.
No retrases la cita. Ven conmigo.
Di que aún sigues viva,
que tienes abrigo,
que comes pan dorado, de mi trigo.

Amor de mis amores.
¿Por qué has tardado en abrir la puerta?
Son muchos los dolores,
y es grande la compuerta.
Creí hallarte en tu alcoba muerta.

Hoy tengo ya respiro.
Me ha llegado caliente tu aliento,
como grácil suspiro,
como eficaz sustento,
que aviva y acelera el pensamiento.

Oh noche en desventura,
transida de dolores en el pecho.
Da fin a tu amargura,
Y deja ya el lecho
Lugar de desamores y despecho.

Salgamos a la luz.
Abramos de la casa los balcones.
Así, junto a la cruz,
enseñas y blasones,
seremos uno en dos corazones.

Hoy mi cuerpo y mi mente
tienen hambre de silencio

 
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