La forma de la vida consagrada es un lujo para la Iglesia y, por repercusión, lo ha de ser para el mundo. Como humanos somos muy dados a todo tipo de selección: Buenos y malos, mejores y peores, consagrados y no consagrados, infierno y cielo. Digo que humanamente hablando hasta es correcto, no hay nada que objetar. Aunque, posiblemente en la mente de Dios no lo sea tanto. Por eso nos es bueno bucear en el lago de las aguas claras y azules de Dios hasta llegar a identificarnos con él. Posiblemente escuchándole a Él lleguemos a entender el pasaje del Evangelio que dice: “Mirad las aves del cielo que sin sembrar comen; y los lirios del campo, sin hilar y sin pintar, lucen los más bonitos colores.”
La locura de la manifestación de Dios en todo lo que está hecho ha sido interpretada por las criaturas a la medida de su pobre capacidad. Por lo que, en las distintas formas en que éstas se manifiestan, sólo hay que ver un intento de actuar de un Dios empobrecido y achicado por el ser humano. No somos más, ni somos menos de lo que en cada uno hay de Dios. Por eso nos sorprenden unos y otros con sus formas de dejar vivir a Dios en ellos mismos. En cualquier forma de vida hay fallos y hay aciertos, en más o menos abundancia, con más o menos libertades, con más o menos sonrisas y lágrimas, con más o menos Dios en sus bocas y sus ojos, con más o manos confianza en la Providencia. Ésta siempre responde; es fiel a la oferta y a la demanda de cada ser. Sólo cuando nuestras vidas son entregadas –decimos los hombres de fe- al Evangelio, la Providencia no falla. Y si falla es porque nuestras vidas son entregadas sólo en apariencia.
La locura de la manifestación de Dios en todo lo que está hecho ha sido interpretada por las criaturas a la medida de su pobre capacidad. Por lo que, en las distintas formas en que éstas se manifiestan, sólo hay que ver un intento de actuar de un Dios empobrecido y achicado por el ser humano. No somos más, ni somos menos de lo que en cada uno hay de Dios. Por eso nos sorprenden unos y otros con sus formas de dejar vivir a Dios en ellos mismos. En cualquier forma de vida hay fallos y hay aciertos, en más o menos abundancia, con más o menos libertades, con más o menos sonrisas y lágrimas, con más o menos Dios en sus bocas y sus ojos, con más o manos confianza en la Providencia. Ésta siempre responde; es fiel a la oferta y a la demanda de cada ser. Sólo cuando nuestras vidas son entregadas –decimos los hombres de fe- al Evangelio, la Providencia no falla. Y si falla es porque nuestras vidas son entregadas sólo en apariencia.