La vida consagrada...


La forma de la vida consagrada es un lujo para la Iglesia y, por repercusión, lo ha de ser para el mundo. Como humanos somos muy dados a todo tipo de selección: Buenos y malos, mejores y peores, consagrados y no consagrados, infierno y cielo. Digo que humanamente hablando hasta es correcto, no hay nada que objetar. Aunque, posiblemente en la mente de Dios no lo sea tanto. Por eso nos es bueno bucear en el lago de las aguas claras y azules de Dios hasta llegar a identificarnos con él. Posiblemente escuchándole a Él lleguemos a entender el pasaje del Evangelio que dice: “Mirad las aves del cielo que sin sembrar comen; y los lirios del campo, sin hilar y sin pintar, lucen los más bonitos colores.

La locura de la manifestación de Dios en todo lo que está hecho ha sido interpretada por las criaturas a la medida de su pobre capacidad. Por lo que, en las distintas formas en que éstas se manifiestan, sólo hay que ver un intento de actuar de un Dios empobrecido y achicado por el ser humano. No somos más, ni somos menos de lo que en cada uno hay de Dios. Por eso nos sorprenden unos y otros con sus formas de dejar vivir a Dios en ellos mismos. En cualquier forma de vida hay fallos y hay aciertos, en más o menos abundancia, con más o menos libertades, con más o menos sonrisas y lágrimas, con más o menos Dios en sus bocas y sus ojos, con más o manos confianza en la Providencia. Ésta siempre responde; es fiel a la oferta y a la demanda de cada ser. Sólo cuando nuestras vidas son entregadas –decimos los hombres de fe- al Evangelio, la Providencia no falla. Y si falla es porque nuestras vidas son entregadas sólo en apariencia.

El Nacimiento del Salvador…


Es verdad que el Nacimiento del Salvador entraña en mi vida unos sentimientos que me desbordan; que con tal motivo, cada año me ingenio para llegar con mis sentimientos, incluso, a gente que, personalmente, no conozco, pero, como miembro de la sociedad, sé que les debo algo y quiero, con mi felicitación, resarcir mi deuda con ellos. Por ejemplo: Un año me hice con las direcciones de todos los empleados de correos de Cáceres, y a ellos me dirigí. Sorprendentemente, la noche de la Navidad de ese año, más de uno me llamó por teléfono, porque en casa, emocionados con mi mensaje, todos estaban llorando. Me explico, ¿no? Sobre si a todos les pongo lo mismo. Si los conozco personalmente, no. Cuando me asalta a la memoria una persona querida llega con una exigencia muy particular a la que, sin duda, hay que satisfacer.

Mi correspondencia, de ordinario, es abundante; Me escribe mucha gente y a todos contesto. Y si esto no fuera bastante, llegada la Navidad tengo razones para aumentar los escritos. Con ello busco hacer mayor mi comunión, procurando que no desaparezca. Personalmente, esto repercute en el espíritu. De acuerdo que es una ocupación añadida a la que uno tiene; pero merece la pena. Es como un juego de sorpresas, que yo uso con frecuencia; con él lleno de ilusión a gente que no me espera: En cada Navidad elijo un sector de la sociedad: carteros, empleados de Renfe o Estación de Autocares, para que les llegue mi singular felicitación. Los resultados han sido positivos. El hecho de que un desconocido llame a tu puerta con un mensaje de paz; se quiera o no, es un mensaje de cielo. Que esto es un añadido más al peso de la vida: Nadie lo puede negar. Pero que merece la pena hacerlo.

El loco…


No sabía cómo llamarme, pero lo ha conseguido. En esta vida si se quiere hacer algo que merezca la pena, un tiene que ser un poco loco. Emprender algunas de las actividades que recoge en su pregunta es ponerse entre la espada y la pared: Muchos riesgos y demasiados frentes a la vez. Su asombro se apoya en los negocios de esta vida. Pero cuando se trabaja con la mirada elevada, el riesgo tiende a desaparecer. Decía el Señor: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y aprended de mí”.

Quiero decir que para hacer lo que yo hago hay que confiar más en el que está por encima de nosotros y dejarse guiar un poco más por él. Sólo entonces, todo es más fácil. Recuerdo que, en más de una ocasión caí desvanecido al suelo, al finalizar la jornada de las clases: No había tenido tiempo para comer; que los sábados amanecía con los dedos sobre el teclado de la máquina de escribir, para tener a punto la “hoja de ruta”, que debía entregar a los jóvenes los sábados e la reunión de la tarde.

No niego que se pueda nacer con virus, pero en mi caso, toda mi labor no creo que se deba a la fuerza de los genes heredados, ni a un capricho, ni a no tener en qué emplear mejor el tiempo. Puedo decir sin engañar ni engañarme, que llegué a la vida desnudo tanto de cualidades físicas, como intelectuales. Me decían mis hermanos que, en casa, nadie apostaba por mí un ochavo. Creo que la principal razón para irme con los frailes, no fue mi capacidad intelectual, que no la encontraban por parte alguna, sino el hecho de no soportar la vida del campo.

Cuando los primeros pasos se dan con genio, los demás los da la misma naturaleza. Ella se encarga de abrirse camino para la vida. Porque más discurre un hambriento que cien letrados. Lo mío se debe a haberme dado cuenta a tiempo de mi falta de cualidades. Metido en una forma de vida que, a la vez que me alucinaba, me hacía creer que le podía sacar partida, me ayudó a seguir adelante. Porque en la vida “no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.

 
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