El hombre del parque...



Sé que me aprecian por mi manera de anclarme en el tiempo. Pasé de ser niño a ser abuelo; de montar en un caballo hecho de un palo, a ser caballo de carga dejándoles subir a todos. También sé que las montañas, sin que ellas se den cuenta, llevan en su interior veneros de agua silenciosa, que sólo la escuchan los que tienen despierto el sentido del ritmo y de lo bello. Si algo he influido, al igual que sucede con la montaña, el mérito no es mío, sino de quien pasó a mi lado, al escuchar y ver, se paró y se quedó a mi vera. Ellos por separado son arroyos que al encontrarse forman río. Al hiño de la pregunta, recuerdo el poema de  Basilio Sánchez, que puede dar luz a mi afirmación: EL HOMBRE DEL PARQUE...

Despacio, día tras día,
caminábamos juntos sin sospechar apenas
que el amor que había en él nos iba dando
un lugar para siempre.

Sentados junto al fuego, 
respirando del aire de las llamas,
su corazón de niño y lo sagrado
que avivaba en sus pliegues su corazón de hombre
inventaban el mundo.

Aquí, en este espacio, hemos estado todos. 
Pero el agua que fluye es solo suya.


 
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