Sostenido
ya mi cuerpo, en dos puntos de hierro,
-
me fallan las piernas -
Inclinado
ya mi cuerpo hacia la tierra,
-
buscando un lugar en ella -
le
pongo alas a mis espaldas
para
volar y subir y ser una estrella.
No
sé si debo hablar de esta fiesta.
No
encuentro razones que me lo impongan.
Sólo
veo a la Sierra en sus pinos, sus caseríos y sus moradores
que, enorgullecidos
se desangran por ella.
En
mí habéis visto lo que no soy.
Sacáis
pecho por mi persona.
Mis méritos no sean acordes, con el homenaje,
pero la idea no está del todo desencaminada,
aunque, con ella, me encuentre involucrado en él.
Con el trabajo no busqué que se me reconociera.
Mis desvelos, por los jóvenes, responden a su llamada urgente.
Sé que no desprecian a los mayores,
más bien se ven incomprendidos, desarropados.
Yo quiero decir: Me debo a ellos.
Con ellos y por ellos luché toda una vida,
y me puse en la mira frente al pueblo;
con ellos y por ellos hoy soy presa de vuestros ayuntamientos.
Gracias por daros cuenta lo que se debe hacer en esta tierra
que no sólo da pinos, robles, olivos, viñas y bellotas.
También da hombres recios,
y mujeres trabajadoras.
De mí habéis sido escuela del saber más castúo,
del libar y gustar la miel de brezo y el buen vino,
y del comer calbotes en las noches de frío.
Al pie de la candela,
con una mano en el vaso y en la otra la badila.
Cada cual es como es.
La vida nos vino dada.
Aquí hay uno que no es nada,
alzado como un ciprés.
No intentéis hacerme ver
lo que no soy con mi vida;
no profundicéis la herida
en mi pobrísimo ser.
Gracias por ser como sois,
como esta tierra os hizo;
en todos está el hechizo,
por donde quiera que voy.
gracias por seguir luchando
para hacer el paraíso,
y que de sombra el aliso,
al agua que va bajando.
Y este homenaje que hoy me hacéis,
es de todo y para todos.
Fr. Pacífico Martíez